La reciente intervención de Frank Stephens en el Congreso de los Estados Unidos no ha dejado indiferente a nadie. En apenas unos días, su discurso cargado de razones y emoción ha dado la vuelta al mundo.
Frank Stephens es actor, escritor y portavoz de la Global Down Syndrome Foundation y miembro del equipo directivo de Special Olympics en el estado de Virginia.
Siete minutos escasos le han valido para clamar contra la “solución final” contra las personas con Síndrome de Down.
“Sólo por si hay alguna confusión, permítanme decir que no soy un científico investigador. Sin embargo, nadie sabe más de la vida con Síndrome de Down que yo. Sea lo que sea lo que aprendan hoy, recuerden esto: soy un hombre con Síndrome de Down y mi vida merece la pena”, comenzó Stephens.
Y sin abandonar a ratos la ironía, también tuvo tiempo para denunciar a aquellos que defienden que un ser humano es susceptible de ser matado antes de nacer, abortado, por el mero hecho de tener Síndrome de Down. Una mentalidad que, a su juicio, está “profundamente influida por un prejuicio desfasado” sobre lo que significa vivir con Síndrome de Down.
El propio Stephens habla de la suya: “Tengo una gran vida. He dado clase en universidades, actuado en una película premiada, en un programa de televisión galardonado en los Emmy y he hablado a miles de jóvenes sobre el valor de la inclusión”.
“He estado dos veces en la Casa Blanca y no he tenido que saltar la valla”, bromea antes de decir con solemnidad: “En serio, no creo que deba justificar mi existencia”.
“Somos el canario de la mina de carbón”.
Sin embargo, Stephens ofrece tres argumentos para quienes “cuestionan el valor de las personas con Síndrome de Down”.
El primero, que “somos un regalo médico a la sociedad, un plan para la investigación médica sobre cáncer, Alzheimer y trastornos del Sistema inmunitario”.
El segundo, el grado de felicidad de los Down. Stephens recoge el resultado de un estudio realizado en la Universidad de Harvard que muestra cómo las personas con Síndrome de Down, sus padres y hermanos perciben su vida con un grado de felicidad mucho mayor que la media. “Somos una fuente inusual y poderosa de felicidad. Sin duda, la felicidad tiene un valor”, subraya Stephens.
El tercer argumento esgrimido para aquellos que cuestionan el valor y la dignidad intrínseca de la vida de las personas con Síndrome de Down es que su existencia sirve de testigo, de termómetro o de alerta.
“Somos el canario en la mina de carbón. Le damos al mundo la oportunidad de pensar sobre la ética de elegir qué humanos merecen una oportunidad de vivir”, explica.
Respuestas, no “soluciones finales”.
Finalmente, Frank Stephens reclama que no se siga el ejemplo de Islandia o Dinamarca, donde recientemente se conoció el dato escalofriante de que al 100% de las personas a las que se les detecta Síndrome de Down en su desarrollo intrauterino se les impide nacer mediante aborto.
“Seamos los EE.UU, no Islandia ni Dinamarca. Persigamos respuestas, no ‘soluciones finales’”, ruega en un paralelismo con la brutalidad nazi con el pueblo judío.
Nicolás de Cárdenas en Actuall